martes, 3 de septiembre de 2013

Alange


Me encanta el pueblo.
Después de un verano algo difícil escaparse allí unos días es casi irreal.
La vida es tan sencilla que es difícil no acostumbrarse a ella.
Dormir los cuatro en una cama gigante y levantarse con pájaros en la ventana (literal).
Tener unos "buenos días" tranquilos, mientras se calienta la leche en un cacillo y Carmen te hace un café de puchero (sí, de ese sin cafetera, que es más una infusión de café) y una tostada de pan de pueblo en una rejilla al fuego untada con cachuela...mmm...
Sentarse en un patio a la sombra de un nogal, en una silla de cuerda hecha a mano por el abuelo Antonio y viendo como las peques juegan con los gatitos...
Después recoger un poco la casa, vestirse e ir a comprar el pan o a llenar garrafas de agua de la Jarilla y encontrarte a algún turista comprando ciruelas con el albornoz y las zapatillas del balneario y que Marta se parta de risa al verlo...
Saltar por las "calzás". Porque allí no hay aceras, hay calzadas como las de la foto, con escalones para acceder a las casas y donde los vecinos sacan las sillas de enea y las mecedoras al fresco por la noche.
Preparar la comida, un buen gazpacho y unas chuletas hechas al fuego, sin prisa.
Que los abuelos tienen unas manos que ni Arguiñano, y es que las cosas con cariño siempre saben mejor.
Y así todo: las peques regando las macetas, las gallinas y los conejos del vecino, los viejos amigos de David, un poco de piscina las horas de más calor, merendar higos recién cortados de la higuera, paseos por la noche contando salamarquesas y haciendo el mono con el tito Juanjo. Esta vez incluso hemos visto la procesión de la virgen y la banda tocando en la plaza.
Sin despertador, sin pitidos del microondas, sin dibujitos en la tele, sin ordenador, sin coches...¿se puede pedir más?
Cuatro días de desconexión total, que bien nos hacia falta.
Me encanta saber que las enanas van a crecer conociendo la vida así, con unos abuelos que valen millones y que valoran lo realmente importante de la vida y en un pueblito en el que dejar el coche abierto da igual.
 Ojalá volvamos pronto, que el brasero de cisco y las cigüeñas también tienen su encanto.