martes, 31 de diciembre de 2013

Sueños...

Cuando  Pirulí abrió los ojos, una intensa luz rompía el cristal de la ventana y se desparramaba dulce por el suelo de la cocina. Despacito, se irguió sobre su improvisada cama, y un pegajoso olor a chocolate le entró por la nariz y le hizo cosquillas en la tripa. Se levantó, dió un mordisquito al chocapic que lo había acunado durante la noche y sonrió.
Hoy es el día.
Después de 2600 años, como todos los duendes, tenía que empezar a trabajar, y había elegido el lugar perfecto. Era una casa pequeña, junto al bosque, y en ella vivía una familia alegre con dos pequeñas, Marta y Raquel.
A las dos les encantaba perder el tiempo en compañía de los árboles, de los pájaros, del viento...reían sin parar saltando charcos y jugando con las hojas hasta que llegaba la hora de cenar, papá encendía la chimenea y mamá les daba sopa.
Esta noche era especial. La primera del año. La primera de su nueva vida.
Pero aún faltaban muchas horas y había mucho que hacer.
Escondió su diminuto paraguas azul detrás de la caja de cereales, y salió fuera.
Empezó a recoger bellotas verdes, plumas de búho, gotas de rocío y moras dulces.Y las metía en su capucha. Todo era importante, no podía dejarse nada.
Después de todo el día recolectando, escogió un lugar tranquilo, una pequeña caja de cerillas que estaba vacía y olvidada en un rincón junto a la leña y se encerró allí a comenzar su misión: Fabricar su primer sueño.
Le fue más fácil de lo que esperaba, porque estaba deseando hacerlo. Cuando terminó, se sentó tranquilo y feliz a ver como la pequeña familia cenaba y se comía las uvas,  -¡Que costumbre tan graciosa!- pensó.
Cuando llegó el momento, se deslizó a la habitación con su preciado tesoro y lo untó con ilusión en la almohada de las pequeñas.
Esa noche se quedaron dormidas enseguida.
Pirulí se acercó de puntillas, abrió su paraguas azul sobre las cabecitas de las hermanas para evitar que el sueño se escapara por ahí,  y veló por ellas viéndolas sonreír durante toda la noche.
Por primera vez.